domingo, 27 de julio de 2014

EN LA NOCHE

Ahora  mi cama
parece la cuna de un bebé
él abraza mis sueños
y me mece en su cálido cuerpo.
Qué diferencia del anterior,
aquel  que siempre me mantenía en vilo,
surcaba mis entrañas
y me hacía ver de cerca las estrellas.
Y sobre todo, la música,
¡Ay! aquel sonido de carcajada chirriante
al compás de mis lamentos.

Al caer en el centro de sus profundidades
él me ceñía  con sus brazos de acero
y yo golpeaba sus costillas rotas,
sus hierros, como dientes ansiosos,
mordiendo el caramelo de la noche.

Era una lucha a muerte, un duelo en la madrugada.
Yo le odiaba tanto como él amaba mis ojeras.
Cuántas veces quise cambiarle por otro,
y le daba la vuelta para que no gruñera.
Hasta que,  ¡Por fin!  ¡Se acabó! y le dejé marchar
envuelto en celofanes de  abandono.
Nunca más volví a saber de él…

¡Ay mi colchón!  ¡Mi viejo colchón!
El no  era tranquilo, así que él
no estaba en la tranquilidad de mis noches y
sin embargo, por qué será que ahora
me duele, que no me duela nada
donde antes me dolió.

Eso lo dijo una mística.
¿Seré yo una mística?
Para ser una mística,
sólo hay que creer en los misterios.


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