Ahora mi cama
parece la
cuna de un bebé
él abraza
mis sueños
y me mece en
su cálido cuerpo.
Qué
diferencia del anterior,
aquel que siempre me mantenía en vilo,
surcaba mis entrañas
y me hacía
ver de cerca las estrellas.
Y sobre todo,
la música,
¡Ay! aquel
sonido de carcajada chirriante
al compás de
mis lamentos.
Al caer en
el centro de sus profundidades
él me ceñía con sus brazos de acero
y yo golpeaba
sus costillas rotas,
sus hierros,
como dientes ansiosos,
mordiendo el
caramelo de la noche.
Era una lucha
a muerte, un duelo en la madrugada.
Yo le odiaba
tanto como él amaba mis ojeras.
Cuántas
veces quise cambiarle por otro,
y le daba la
vuelta para que no gruñera.
Hasta que, ¡Por fin! ¡Se acabó! y le dejé marchar
envuelto en
celofanes de abandono.
Nunca más
volví a saber de él…
¡Ay mi
colchón! ¡Mi viejo colchón!
no estaba en
la tranquilidad de mis noches y
sin embargo,
por qué será que ahora
me duele,
que no me duela nada
donde antes
me dolió.
¿Seré yo una
mística?
Para ser una
mística,
sólo hay que
creer en los misterios.