sábado, 26 de julio de 2014

EL DUELO




Uno entra en un velatorio con sigilo,
con solemnidad y hasta un poco de temor
como se entra a un amor tardío.

La gente se besa, hay cruces de manos
y hasta alguna tímida sonrisa.
Las ojeras revelan noches en vela
y lloros de clarines en la madrugada.

El dolor hace presagiar días de frío,
bufandas enrolladas en la garganta,
calcetines.

Los muertos tienen los ojos cerrados;
así que no me ven. Si no me ven
no saben que les miro,
ni pueden leer los versos.

Cierro los ojos, no veo nada,
yo tampoco puedo leer;
si no leo estaré muerta, pienso.
Los abro con impaciencia
como a las hojas de un libro.

Al fondo alguien cuece una historia
que resucita a los muertos.
Las palabras tienen sabor amargo,
soso, dulce, picante, salado;
se expanden por el pasillo,
por las habitaciones,
corren como un patinete,
vuelan como una cometa
y se cuelgan de los periódicos,
de los libros,
como los aretes de las orejas,
como las chaquetas de los hombros.

De la cocina viene un intenso aroma a café.
Las penas se orean,
como los manteles al viento.





No hay comentarios:

Publicar un comentario