miércoles, 28 de noviembre de 2012


Sé que no estás, lo noto por el pasillo oscuro de mi casa
hace tiempo que se fundieron las bombillas
y me siento incapaz de creer que haya otras manos
capaces de cambiar las luces de las lámparas.

El caso es que tengo que hacerte un poema de amor,
un poema de amor sin estridencias.
No voy a darte el corazón, no te preocupes,
ni me voy a arrancar las venas
como si fueran los cables sueltos de mi ordenador.

Te lloran las ventanas de mi casa,
las paredes sin sombra por tu ausencia
y te pena la tele que se apaga.
Los grifos que gotean compungidos,
las persianas torcidas y
las puertas rebeldes y con causa.

Me duele la soledad de la caja abandonada.
Hoy cementerio de herramientas,
ayer mariposas alegres en tus manos.
La llave inglesa se ha vuelto ya francesa.
Los clavos, los tornillos,
resbalan y se pierden olvidados

Mi casa se suicida día a día
añora la destreza de tus brazos.
Mi casa está triste  y si regresas
tengo que hacerte el mejor de los regalos.

Te cambio mis versos que te aburren
por las películas porno de mi hermano.
Te cedo mi sofá de cinco a siete
los mandos del video y de la tele
y el pedazo de sol
que dora las piernas de la siesta.

Tienes que hacerme una puesta de largo a mis cortinas.
Yo te haré un jersey de lana a punto fino
y un poema de amor sin estridencias.


viernes, 23 de noviembre de 2012

Todos los días se paran los relojes,
se apagan las ventanas de la aurora.
Todos los días un amante inmortal
te roba el corazón y se lo lleva.

Cada segundo que pasa se cierra una vida, de repente,
como se cierran las puertas de un vagón, 
un golpe seco.
A veces los trenes tienen alas de pañuelos, a veces…
Otras, la uña de un ángel araña las nubes
y te llueven los besos que nunca se dieron.

Yo era rea de la tarde,
prisionera de un sol carcelero entre los brazos,
cuando se puso gélida la noche
y se vistió de violeta la mañana.

Cuando llegué, 
sólo los raíles me hablaban de tu marcha.
No hubo abrazos ni hubo despedidas,
sólo estaban tus dos mares cerrados a mi calma.

El verde de tus montes fue aquel día
la colcha de tu cama,
porque se te cerró la vida de repente,
como se cierra la puerta de un vagón,
un golpe seco.

Todos los días un amante inmortal y enamorado
te roba el corazón y se lo lleva.

Begoña Iribarren Astorkiza

viernes, 28 de septiembre de 2012


SAMEOP


Hay mujeres que hacen poemas
y  poemas que hacen mujeres.
Las mujeres que hacen poemas
leen libros, ven películas de autor
y navegan por los mares de Sameop.
Las mujeres que habitan en este país
se rigen y reconocen por códigos internos,
pueden tener cinco hijos o ninguno,
diez amantes o diez gatos,
llevar el pelo corto, muy corto,
o hasta la más alargada de sus sombras.
Las mujeres de Sameop cultivan versos
y rebuscan en las carcasas calcáreas de sus deleites.
Las mujeres de Sameop leen a los filósofos, los políticos,
te rebaten los versos, las texturas  
y participan en marchas callejeras y reivindicativas.

Los poemas que hacen mujeres,
hacen mujeres idílicas de grandes pestañas,
pelo largo, piernas largas,
tienen los pies descalzos de Sofía Loren
y la mirada salvaje de Jennifer Lopez.
Fumadoras de sueños apasionados,
las mujeres de los poemas surgen del humo,
del halo de tu boca,
nacen de la oscuridad,
te enjabonan las manos y los versos,
se deslizan por tus sábanas blancas,
se alojan en el mapa de tu cuerpo
y se bañan desnudas en los húmedos ríos.
Los poemas que hacen mujeres,
habitan en los límites del tormento
o en las dulces montañas de su anatomía.

A veces, sólo a veces,
las mujeres de Sameop y las otras, se parecen.



Begoña Iribarren

sábado, 15 de septiembre de 2012


ME GUSTAN LOS HOMBRES

Me gustan los hombres que aman a los hombres
y los hombres que aman a todas las mujeres

Me gustan los hombres que andan seguros y pisan fuerte
porque saben a donde van.
Los que no tienen que decir la verdad
porque ellos son la verdad y no necesitan sincerarse.
Me gustan los hombres que fabrican lunas rubias como cerveza
y los que beben cerveza para fabricar lunas.
Los feos que llevan gafas pero se las quitan para que les veas la cara.
Los que tienen miedo y lo superan para vencer a la injusticia.
Me gustan los hombres que sonríen ante las adversidades
y lloran viendo una película.
Los que respetan a su madre porque respetan la vida que les dio.
Los que rezan por los vivos y hablan con sus muertos.
Me gustan los hombres creyentes de algo que no saben.

Me gustan los hombres que caminan durante días con los pies rotos
para defender su dignidad.
Los que juegan con los niños porque llevan un niño dentro.
Me gustan los hombres que leen a los poetas
pero saben contar chistes picantes.
Los divertidos, los que te arrancan sonrisas como flores
y los cuentistas creativos porque algún día escribirán un libro.
Me gustan los hombres que perdonan
aunque no tengan ningún motivo para hacerlo.


Me gustan los hombres que tienen el pelo largo
igual que las mujeres
y los que llevan los vaqueros como una segunda piel.
Los que cantan en francés
y los que besan en todos los idiomas.

Me gustan los amantes atrevidos,
los hombres que aman a los hombres
y los hombres que aman a todas las mujeres

Begoña Iribarren
No perdono que nos quiten las ganas,
las ilusiones, los "luegos", los “a veces”.
Ese querer despertarse cada día
ambicionando un beso, una caricia.
No perdono a los que roban
las pequeñas golosinas de los infelices
y los calcetines blancos de la niñez.

No perdono a las plumas resecas 
sin la ilusionada tinta brotando de sus venas.
No perdono a los que roban risas,
a los que comen el pan de otros hombres, 
amasado con sueños
y visten en secreto de luto a las estrellas.

No comprendo a los melancólicos,
ni a los vivos que sueñan con la muerte.
No corren buenos tiempos para pararse a llorar,
para vestir a la luna con los crespones negros de la noche,
ni para dormirse en el peligroso columpio del romanticismo.

No son tiempos de caligrafías impecables,
de letras en cursiva como olas de mar ,
porque nos han quitado las ganas,
esos a los que no perdono, 
de buscar en las alacenas floridas de los pasillos del alma.

Que sea el verso libre, valiente,
con la majestad solemne de los dignos,
recto y claro, bravo y alto, muy alto,
como los orgullosos ecos de los enamorados,
para que lo escuchen todos
y para que no nos pillen dormidos los buitres del desierto.


martes, 3 de julio de 2012

NO ERA ALEGRE LA DIVA



Ella iba siempre como una vedette años cincuenta,
me dijeron que se vestía así para engatusar al miedo.
Me lo contaron después,  cuando dejé de ser delicada
ropa tendida y comenzaron a sacudirme las tormentas


No era alegre la diva , pero podía dar gato por liebre,
lo sé porque a su paso se oían a lo lejos  los  aullidos;
No, no era la casualidad, era el coraje y era el riesgo
de tener enfrente a las orejas del lobo.


Teñida de rubio, con gafas de sol, marcando las hechuras
sus formas de mujer y de futuro, curvas valientes
que auguraban progresos y un perfume dulzón
en una calle vestida de negro con olor a lutos y mantillas.

Ella era la extranjera, los colores dorados de las
nuevas banderas, de los nuevos libros,
la maga agorera que venía con sigilo y de puntillas
vestida de vedette para entretener al miedo.

 No sé como hubiera sido mi niñez
sin ese aire que pasaba todos los días
por debajo de mi ventana y dejaba círculos,
espirales de besos que decían te espero.



Begoña Iribarren

MARIA SE DUERME.

María tiene una risa ausente de niña vieja,
una lágrima fija afincada en un ojo
y un sueño despierto.

Lleva una toquilla como una telaraña
y una falda con flecos de penas,
de años y fatigas hasta los tobillos.
A veces le crece, se alarga, se estira,
tela negra que muerde los suelos.

María sospecha;
le teme a Diciembre, Enero y Febrero;
al cuchillo helado del frío de invierno,
y cierra los ojos y duerme, supongo…
Cuando esto sucede, baila la cabeza,
danza el blanco moño
y mece recuerdos vestidos de olvidos.

¡Escucha María!
¡Despierta las ansias que ya es primavera!.
¿No oyes el latido? ¿el pulso del campo?
El viento trae flores
y coloca rosas
en las cunas de la aldea.

¡No llores mujer! ¡que no son agujas!
te pinchan las yerbas en la romería.
No tiembles por Dios, que no pasa nada,
no son batas blancas, ni azules, ni verdes: 
son tus bellos prados, tu cielo azulado,
tu sol de Castilla.

No vendrán sirenas a ponerte un llanto,
ni un suspiro herido de espiga vencida.
Tranquila María, que llega el verano
a devolverte la risa envuelta en agostos.

¡No cierres los ojos! ¡no temas las luces!
¡que son las estrellas!

SERES CORRECTOS

Seres correctos, de rígidas solapas.
Hombres y mujeres
con traje de chaqueta
y risa con la raya bien centrada.
Yo pude ser uno de esos impecables,
con un discurso ajustado y oportuno.
Un ser quiosco
con revistas toleradas al gusto del consumidor,
pero no quise.

¡Qué dirán nuestros ancestros!
Nos recordaban diariamente los seres correctos.
Yo hubiera querido ser un ser correcto
a la altura de Machado, Miguel Hernández
y de tantos más, que dejaron su voz en las alturas.

Yo hubiera querido ser el jefe apache,
el arriesgado aventurero, el malo en la película.
La loca enamorada de los libros quemados.
El pintor valiente y denunciante
de los campos de genocidio.
El fiscal acusador
de la  triste, fecunda e inoportuna cigüeña

Yo hubiera querido ser
el coetáneo de todos ellos
con foto enmarcada en la vitrina,
junto a las floreadas tazas del café
y el misal de la primera comunión.

Yo hubiera querido ser eso,
el beso prohibido,
el incómodo viento
que sacude las calles eclécticas e imposibles;
ése, el que destapa las estatuas vestidas,
las estatuas correctas de los seres correctos.


Begoña Iribarren

miércoles, 20 de junio de 2012

A VECES SE ME PRESENTAN AZULES LAS TINIEBLAS.

A veces se me presentan azules las tinieblas
como faldas de muñecas que giran y bailan
sobre una superficie de papel;
un periódico repleto de buenas noticias.

A veces los gatos negros tienen campanillas blancas
y la lluvia benévola no moja a los pobres desgraciados.
A veces escucho un silbido acompasado
y se vuelve música y risa el timbre de mi puerta.
Es entonces cuando los buitres vuelan alto
y dejan mensajes escritos en la puerta del cielo
y se cierra el infierno por falta de pruebas.

Claro que eso es, sólo a veces,
cuando tengo cerrada la mirilla de los tormentos
y estoy tan animosa
que hasta le clavo un beso al pie del santo
y le pongo de frente y le perdono
y me visto de buena y le hago versos.

Pero a veces, es verdad, que sólo a veces,
nos cae de arriba una cucharada de azúcar
entre café amargo,
un cubito de hielo en la fiebre,
un eco en la montaña,
un salvavidas rosa, una ternura,
un fantasma que nos pega palmadas en el hombro…

Y por eso a veces, sólo a veces
hasta le clavo un beso al pie del santo.


Begoña Iribarren