Los
montes de mi tierra
tienen
el manto verde;
Si no
lo tuvieran,
serían
tierra desnuda, descarnada,
pero
tienen el manto verde
de
lluvias ancestrales
y
debajo, esconden secretos,
papiros
de historia.
Son
montes de dioses y aquelarres.
Los
montes de mi tierra ven el mar,
lo
guardan como centinelas,
celosos
de sus espumas.
Desde
el balcón de mis montes
me
confundo con las brumas;
Al
anochecer, sus cimas tienen sombreros
de
nubes negras, como boinas olvidadas en la cumbre.
Yo no
puedo tocar las nubes,
si
pudiera, haría llover fragmentos de amor,
ejemplos
de misericordia;
Los
montes de mi tierra
tienen
el manto verde.
Dicen
que es el color de la esperanza.
El
manto toca el suelo,
así que
la esperanza también toca el suelo
y se hace hiedra
y trepa
hasta el corazón de los hombres.
Son
grandes y cercanos,
como
los hombres buenos;
Por
eso, ellos, nunca están solos.
Cuando el
viento toca el txistu,
silban
canciones de lamias.
Mis
bellos montes
son el
echarpe de la luna coqueta.
Nobles
y húmedos como los besos,
como el
parto de una mujer,
o el
sudor de la frente.
Si no
fuera así, les juzgaría Mari,
con el
dedo rojo, de la vergüenza.
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