El adiós es un sello con la marca de unos
labios en una jícara ,
junto a los posos de un café.
Es descolgar del perchero
las palabras con mangas que abrigan
la huída.
Es dejar el verso colgado de unos labios,
el soneto enredado entre suspiros.
Algo de eso es el adiós,
abandonar la mirada de unos ojos sorprendidos
y grandes,
grandes como los libros que nunca
terminamos;
dorados como los cantos de un tomo en
la estantería más alta
y es también algo así como sentir el cosquilleo
de una pestaña húmeda en las mejillas
del remordimiento.
Digo esto, porque así lo viví y así
lo recuerdo;
por eso hoy siempre antes, mucho
antes de decir adiós,
antes de dejar sellada mi boca en la
taza vacía,
espero pacientemente a que se enfríe
el café;
lo miro, lo remiro, le sonrío
incluso,
aunque no vea nada,
aunque un viento huracanado haya
entrado por la ventana arrastrándonos
y haya apagado la diminuta llama de
la vela.
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