jueves, 24 de julio de 2014

EL AGUJERO DE LOS CALCETINES.


Siempre había un calcetín rebelde
que abría su boca por el dedo gordo
para protestar del abuso al que era sometido,
de las largas caminatas, del uso continuado.
Cuando abría el molesto boquete, estaba el huevo,
era un huevo de madera
expresamente ideado para coserle la boca.

El calcetín con su agujero
era sometido a la tortura del temible huevo,
donde era zurcido repetidas veces
hasta que el agujero era tan gordo
que cavaba su propia tumba.

Recuerdo aquel pérfido huevo en mi casa, como si fuera hoy,
en una época en la que había pocos huevos, 
para echarse a la boca y para echarse a la calle.

Pero pasó el tiempo y llegaron nuevos aires
que hicieron volar los agujeros del calcetín
y con ellos, también  al diabólico huevo.
Los nuevos calcetines eran enviados al paraíso de la lavadora
donde se emparejaban y desemparejaban a su antojo
hasta desaparecer feliz y misteriosamente.

Así en ese libertinaje de voluptuoso desatino
el huevo perdió su siniestralidad
a la espera de ser rescatado de alguna alacena olvidada
donde permanece mezquino y expectante
para terror de los inocentes y distraídos calcetines.


No sé si fue antes el patibulario huevo
o el aventurero agujero
pero una vez me dijo alguien
que había remedios peores que la enfermedad.

Está visto que no soy un cuento,
ni un verso, ni por supuesto un poema,
podría ser, si acaso, algún recuerdo,
pero sólo soy un agujero del calcetín,
un poco preocupado ¡Claro está!
.




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