Yo salí de las cuatro paredes de
mi casa
para respirar el aire bondadoso de
la calle
y vi a las mujeres abrazando a sus
hijos
a los amantes abrazando al amor
y a las soledades que se daban la
mano.
Yo los vi como se ve una
película
en una gran sala a la luz de la
luna.
Contemplé sus rostros, sus bolsas
de la compra,
pegadas a sus cuerpos como una
segunda piel
y me imaginé sus gustos, sus costumbres,
qué libros, qué ropas, qué zapatos
construyendo una vida.
Descubrí a dos amantes juntos, acaramelados,
furtivos y apasionados
y me compré un collar que me hizo
juego
con la noche.
Hablé con mi sombra dibujada en la
acera
y con mis espíritus
y les abroché los botones sueltos
de los recuerdos.
Todo eso lo hice en una tarde,
una de tantas, una de esas tardes
más,
que caminan solas por el tiempo
preñadas de días, de horas,
de soles y de sombras;
hasta que por azar me encontré
contigo
y te miré de frente, con sorpresa
y una gran sonrisa,
como si no te llevara dentro de
mí.
Y entonces noté que, de mis
piernas crecían mariposas,
como alas que de mis manos volaron
tiempo atrás,
y nos besamos y nos dijimos adiós,
igual que tantas veces,
pero esta vez despacio, de
puntillas, como quien no quiere la cosa,
y yo te vi alejarte, como se aleja
un hijo,
con una tenue lágrima y un dulce bienestar.
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