sábado, 26 de julio de 2014

EN LA CIMA DEL DÍA



Cuando acaba el día, a las doce de la noche
o a las veinticuatro horas, allá, en la cima del día,
soy expulsada como una cenicienta
del reino de los suelos
y entonces acudo al de los sueños
donde me esperan.
En la cima del día descansan mis huesos,
es un momento de silencio y oscuridad
y soledades solas;
pero no tengo miedo, porque todavía
puedo encender una vela
con la punta de una estrella
y perfumar mi almohada
con los cabellos floridos de las hadas.

Entonces me hago un ovillo, en esa
placenta de tejidos familiares
con sábanas con nombre y apellidos
y edredón de retazos de novia.

¡No! no tengo miedo a los diablos de la noche
y si lo tuviera, que no lo tengo,
me bastaría con dejar pasar a los buenos momentos
que repican gozosos en la aldaba de mis párpados.

Y agradezco, agradezco sinceramente al viento
que toda el arpa en mis persianas,
a la lluvia en mi terraza, que moja mi cara
cuando me chamusca el amor
y al niño recién nacido del piso de abajo,
que no para de llorar y nos humedece a todos
las raíces secas de la ternura.

En la cima del día me despido del ordenador, del teléfono,
de la cesta de la compra, de la visita al médico, 
de la puerta que rechina ella sola su risa diabólica.

Encima de mi cama, hay un retrato,
la cara del retrato tiene los ojos como la miel
y yo los beso siempre a las doce de la noche
o a las veinticuatro horas, para soñar con ellos,
en la cima del día, donde me acuesto.

Buenas noches a todos y hasta mañana.


No hay comentarios:

Publicar un comentario