domingo, 3 de agosto de 2014

LA TIENDA DE LOS ARREGLOS.

Siempre parece que hay una esperanza
de recuperar las cosas gastadas,
rotas, deshilachadas.
Ese pantalón que ya te viene grande
porque se cedió con el uso y el abuso continuado.
Esa falda que era como un guante
y cómplice de tus afectos
y que, un día, se rebeló en tu cintura
con insolencia inusual.
.
Prendas como amigos o personas que un día quisiste
y en las que pusiste tus ilusiones y tus ganas;
pero que, un aciago día, así, sin más ni más
dejaron de tener cabida en tu vida y en tu casa.

Siempre parece que hay una esperanza
de arreglar un descosido,
de planchar una arruga rabiosa;
de disimular una quemadura en la camisa
en una noche de cigarros y tabernas.
De poner un parche al despotismo,
a la autocracia;
a esas cosas horribles que,
sin saber cómo,
mancharon un día tu traje de fiesta

La tienda de los arreglos está para eso.
Te anchan, te estrechan, te ajustan,
y te ponen una flor
donde antes estaba
la mancha de una pluma,
la huella de una cerveza,
el vino de una boda que te partió las piernas,
el dolor agudo de una decepción
y… ¡Ya está!

En principio ya todo está igual,
si no fuera por esa flor que te molesta
y de la que no te fías;
una flor a la que ya no le quitarás la vista de encima;
no vaya a ser que un día se descosa
y recuperes de nuevo
la vieja mancha que nunca se fue.

Una flor, por la que deberías

comprarte ropa nueva para empezar de nuevo.

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