LA TORMENTA
Un rayo se ha caído en mi antena
y me ha apagado la televisión.
Una furia acalorada de la naturaleza
ha reivindicado sus derechos
y me ha dejado mirando a los montes
y al cielo durante toda la tarde.
Le he visto al vecino salir de su casa,
dos veces, tres veces, cuatro;
sin el paso airoso de las citas.
Me he inventado películas
y me las he contado en secreto.
bajo juramento de no decírselas a nadie.
El libro tenía una letra tan pequeña
para una historia tan grande,
que me ha dejado soñando con ella.
He salido a la calle y he caído en la trampa
de un granizo gozoso y divertido;
así que, he entrado en un bar de urgencias,
he puesto los ojos lánguidos de los pecados
y he pedido tímidamente una pastilla de ibuprofeno,
para evitar temidas consecuencias.
Eran las diez de la noche o las veintidós horas
y el cielo estaba ocre y soberano.
He pensado en hacerle una foto pero no me he atrevido;
creo que hubiera necesitado su permiso
firmado y rubricado,
como si se tratara de un jefe de departamento.
¡Hay vida después de la televisión!
me lo ha dicho un rayo,
como cuando nos decían aquello de
¡Quita la televisión y
ponte a hacer algo!
Mañana me levantan el castigo;
me lo ha dicho el antenista,
que viene a las diez de la mañana
y su voz, de locutor de telediario,
ha despertado a mi ordenador.
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